15 sept 2008

Mi ex Talento

Hace varios años trás, mi computador y los cajones de mi escritorio estaban llenos de mis escritos. Muchos de ellos me habían llevado a varios premios medio-pelo en el colegio (Ok, fueron primeros lugares, pero casi siempre era la única participante).
Otros me llevaron a la gloria, como el glorioso taller de poesía en la Universidad Alberto Hurtado donde tuve la oportunidad de conocer a grandes talleristas, escritores y uno de mis primeros encuentros con el romanticismo, literario y cliché.

En el año 2003 nació este hijo que he guardado con celo por todo este tiempo. Si no me equivoco, hasta el momento, sólo lo ha leído 1,2... 5 personas.

Ahora se las presento con orgullo.

Sin más presentaciones y explicaciones:

Una recompensa – Trinidad Poblete A.

Estábamos todos equivocados cuando pensamos que la vida acababa al morir. A veces, también termina cuando no hay nada más que cambiar.

Más bien será por todas esas veces que uno
se desvive tratando de buscar algo.


Todas las tardes, pasa a ser un objeto decorativo más; una reliquia que deambula como quien camina por algún lugar conocido, desconociéndolo y esperando encontrar en alguna parte restos de antigua familiaridad.
Si no tuviera ese cuerpo, se sentiría como un fantasma; un recuerdo tierno que nadie ve, pero del que todos hablan con cariño. Porque si bien, cada tanto corren jóvenes ávidas por hacer algún servicio social en un estrato cercano al propio para sentirse secretamente condecoradas al ser vistas en la labor por altos cargos de la Institución, esos bastones humanos no la van a dejar ni siquiera cerca de donde realmente quería ir, si no que le recuerdan que la misericordia tiene un gatillo terrenal y lleno de orgullo que se encarga de trepar por sobre la imagen de tu próximo. No decimos prójimo, porque eso suena a religioso, lo religioso a misericordia, y la misericordia suena a desvalidos. Y hay quienes prefieren no meterse con ese tipo de gente. Pero sí, hacer la buena obra del día y ayudar a la religiosa. Para que no pese la conciencia. Y ella sabe que no hay otro móvil que ese, porque no la conocieron en su labor, si no a través de la leyenda.

Todos decimos hacer muchas cosas en el nombre
de Dios, sin saber quién es Dios y para qué sirve.


Es un asco no ser y ser atropellado a la vez. Porque se le habían llenado los ojos de silenciosas lágrimas cuando vio que a su larga trayectoria como artista (expuesta en los pasillos de la Institución) le habían pintado irrespetuosamente corazones encima.
La segunda vez que vio esto, sitió más dolor. Porque se dio cuenta que lo único que podía hacer era perdonar; pero no olvidar. Recién ahora se daba cuenta de su fracaso: había hecho una excelente labor con las alumnas de su época, pero había pasado por alto a sus pares. Tal vez ellos la habían pasado por alto a ella treinta años después.
Años como educadora, haciendo un muy buen trabajo. Incluso, todos después de ella se habían jactado de ser los mejores, sin saber que la sabiduría de la gran maestra no había llegado a ellos. De haber sido así, habrían continuado su labor sin decir nada.
Ella se enfocaba en las jóvenes, pero lamentablemente no eran las mismas que impartían hoy lecciones en la misma Institución. ¿Por qué no volvieron?
¿Qué no habría dado por esas mozuelas llenas de ganas de cambiar el mundo? Vio en ellas la esperanza de hacer su misión y se lanzó sin medir las consecuencias.

Y la juventud ya no es un consuelo
mucho menos mi esperanza…



A estas alturas, ya da lo mismo lo que hizo o no. Cuando medita por más de tres segundos sobre esta situación y vuelve a su centro, se da cuenta que nunca debió haber esperado algo a cambio. Finalmente, después de tantos años, descubre que todo lo que hizo, lo hacía realmente y con un fervor heredado directamente de su fe. Cada creación, cada esfuerzo, así como cada reproducción de alguna obra de su gusto, era por total convicción de ser buena en eso. Pero siempre quedó la secreta esperanza de ser reconocida por los mortales, por sus pares.
Pensó heréticamente que no había reales mártires; simplemente por el hecho de ser humanos, guardan la esperanza (minimizada al máximo) de recibir las condecoraciones que nunca iban a llegar. Si sabían eso, ¿para qué guardar la esperanza?


Dicen que la esperanza es lo último que se pierde,
pero es lo primero de lo que nos deberíamos deshacer.

La última parada antes de llegar a la respuesta. Mira el atril, piensa que las flores sobre la tela no parecen más que flores sobre tela y continúa su camino.
Al llegar, se dirige al mismo lugar de siempre y se sienta. Saluda y espera saludo de vuelta.
Y ahora entiende porque no abandonó la esperanza, entiende que estaba mal direccionada. El único que se quita el sombrero respetuosamente ante sus logros es su Jefe, quien la llamó a servir sin esperar nada a cambio.
A ella, le basta.

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Pequeña catarsis basada en una fotografía que tomó una amiga: La Madre Gabriela aun pintando en un pasillito oculto del colegio, cerca de la congregación.